Harry Potter y la Legión de la Decencia
«Los aspirantes a censores
son legión,
y aunque
no coincidan todos en sus
prioridades,
a grandes rasgos
quieren todos lo mismo:
que veas el mundo como ellos...
o,
como mínimo,
calles lo que ves diferente.»
King, Stephen
Mientras escribo
Creo
en Dios, no creo en la magia
sentenció una mujer que asistía a los servicios religiosos de la Iglesia de Escocia.
Sus palabras no impidieron que se organizaran algunas quemas de libros en
Estados Unidos. Aunque Rowling ha continuado con su producción literaria bajo
el seudónimo de Robert Galbraith –después de la publicación de Una vacante imprevista– la sombra de
Harry Potter la perseguirá por el resto de su vida.
Rowling ha arrojado desde una
cafetería en Edimburgo al mundo al Niño que Vivió. Desde el principio Harry
Potter no sólo tuvo que enfrentar las represalias de Lord Voldemort en la
ficción: el mago solitario ha contemplado las amenazas de la censura en el mundo
real. Potter no ha salido incólume de estas polémicas. Han acusado a la
celebérrima heptalogía de inspirar e iniciar a los niños en las prácticas
ocultistas y/o satánicas. La obra de Rowling sufrió un triste devenir: de
best-seller para niños y adolescentes a un horizonte de eventos desafortunados.
No quiero reducir la
envergadura de este juicio a la figura de una sola mujer. Otro apellido ocupa
el banquillo de los acusados: Pullman. Philip Pullman. Autor de la saga de la
Materia Oscura, constituida por tres libros: Luces del norte, La daga y El
catalejo lacado. Pullman tuvo mucha menos suerte que Rowling: la Iglesia
Católica organizó un boicot relativamente exitoso contra la adaptación
cinematográfica de la primera entrega de la serie.
Rowling y Pullman han sido dos
de los objetivos más mediáticos de lo que King (en Mientras escribo) ha llamado despectiva y alegóricamente como la
Legión de la Decencia. King se refiere no a una institución concreta, sino a los modos y operaciones de lectura que proponen la censura, la
persecución y la destrucción del material bibliográfico como mecanismos que regulan la circulación de los textos
literarios.
He hecho alusión a la ortodoxia
cristiana al principio de este artículo, pero este fenómeno no se restringe a la cultura occidental moderna. Evoquemos
a Rushdie y su conflicto con el Islam. A Rabelais y la cólera de La Sorbona.
Vuelve a girar el trompo derrideano: la literatura, como tal, tiene la
posibilidad de decirlo todo. Ahora, la misma frase, con signos de
interrogación. La literatura, como tal, ¿tiene la posibilidad de decirlo todo?
He escogido diferentes
controversias literarias para demostrar que la censura no es solamente el acto
automático de prohibir un libro. La censura tiene gradaciones. Las hay para
todos los gustos. Desde el disgusto, la calumnia y la reprobación hasta una
amenaza de muerte. En el juego de la censura, al igual que en el tablero de la
literatura, todo vale.
Por supuesto, no se puede
comparar Harry Potter con Los versos satánicos. Pero la reacción
de determinadas instituciones ante ciertos fenómenos literarios es curiosa.
Persiste, aún en la postmodernidad, un extraño misticismo. Los libros como
fuerzas malignas que irrumpen la armonía del mundo. Como el diario de Tom
Riddle. O las letras de Rita Skeeter. Muchos han visto en Harry Potter la confluencia
de potencias diabólicas. No justifico, aunque comprendo, la reticencia de algunas
comunidades a ciertos términos que a pesar del tiempo están cargados de
sentidos negativos (la palabra brujería
en Argentina tiene una connotación muy, muy diferente que en otros países del
mundo). Mas una cosa es elegir lo que leemos y otra, quemar libros.
Me reservo los análisis
literarios de las obras referidas para una posteridad sin certezas. Dentro de
cada comunidad hay bomberos con los bolsillos llenos de fósforos. Mecánicos
heraldos negros, vigilantes de fuego. Yo, aunque no lo parezca, sé bien qué
papel interpreto en este vasto teatro del mundo: el de un Beatty, un Syme, un
Helmholtz cualquiera. Y mi pluma, tarde o temprano, languidecerá hasta el canto
final. Hasta entonces, haciendo buen uso de mis libertades individuales y de mi sentido común, sigo escribiendo.
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